Un año después de la muerte de Gabo, las instituciones académicas, las facultades de literatura, el Gobierno colombiano y la mayoría de colombianos que andan mostrando fotos y autógrafos apócrifos, aún todavía no tienen idea y seguramente nunca la tendrán de la dimensión del legado del escritor Gabriel García Márquez, pues a pesar de que estuvo su nombre estampado en el muro de la infamia en los murales de la Aduana norteamericana que le había prohibido la entrada a Estados Unidos desde el año de 1966, cuando públicamente manifestó su adhesión a la Revolución Cubana que había dado al traste con la dictadura de Batista, todos sus archivos, desde la primera hoja de papiro que utilizó para escribir sus primeros sonetos allá en la Zipaquirá de sus recuerdos hasta su última obra inédita, se fueron para siempre al Centro Harry Ransom, de la Universidad de Texas.