viernes, 22 de octubre de 2010

CUENTOS PEDAGOGICOS

Las siguientes narraciones hacen parte del libro inédito Cuentos Pedagógicos, los cuales he publicado en internet para recibir de una u otra forma las apreciaciones de quienes tengan la delicadeza de generar un comentario analítico constructivo de la obra.


TIEMPO DE MORIR


Cierto día me encontré con un anciano el cual me dijo:

-Estoy feliz.

-¿Por qué? - pregunté

-Alcancé mis sueños.

-¿Cuál era o es sueño? –Insistí – ¿Ser anciano?

- No -Respondió él.

- Entonces ¿cuál?

- Ver a mis hijos todos grandes y juiciosos.

-Entonces, es la hora de morir.

-No, cuando Dios mande –dijo con una sonrisa en sus labios.



GRANOS DE FELICIDAD


Clavó su mirada en mi de una forma tan extraña, que tan solo comprendí aquel deseo enorme cuando mi mano giro mientras él me veía como me llevaba la cuchara a la boca. En esos mismos momentos ordené un plato de comida para aquel niño con vestido mal oliente y desgreñado. El mesero al ver mi intención con el niño dijo:

-¡Váyase, no moleste!

-No, déjelo -Insistí -sírvale un plato de comida, por favor.

Mientras el mesero desaparecía malhumorado entres unas puertas giratorias, él seguía mirándome, pero ya no con una extraña mirada, sino con una sonrisa de complacencia por lo que estaba pasando.

-¿Cómo te llamas?

-Juan.

-Y tus apellidos.

-No tengo.

-Todos los niños tienen apellidos.

-Yo no –Contexto a secas.

-¿Quiénes son tus padres?

-No tengo.

-Todos los niños tienen padres.

-Yo no.

Termine el interrogatorio al ver a Juan mirar insistentemente la puerta por donde había desaparecido el mesero.

-Por favor, la comida para el niño –Insistí casi gritando.

Al llegar la comida, Juan me miro como dándome las gracias y empezó a comer de una manera insólita. Cogía grano a grano cada pedacito de comida y de una manera tan lenta que me atreví a decirle:

-¿Por qué comes así? A caso ¿no tienes hambre?

El se tomó el tiempo para responder como calculando la respuesta precisa para no ser interrumpido de nuevo.

-No quiero que se me acabe.



EL ALMA EN PENA

En cierta noche oscura, se hallaban tres hombres sentados en las bancas del parque de Talaigua Viejo. Tomaban divertidamente. Casi todos los fines de semana acostumbraban hacer lo mismo; pero aquella noche sería la última de sus vidas. Cuando se terminó la botella de ron era un poco más de la media de noche,ya todo el mundo estaba dormido; menos ellos. Seguían perniciosamente una parranda.

Juan el más bebedor de todos salió en busca de una cantina para comprar una nueva botella. Después de tocar una puerta y otra, de una y mil maneras, salió un cantinero malhumorado: -Es la última botella.

Juan salió alegremente a encontrarse con sus amigos. Cuando llegó, apareció una mujer recostada al espaldar de la banca donde estaban sentados sus amigos de parranda.



-¿Quien es la dama? Que tenga el honor de destapar la botella.

-¿Cuál dama? -Preguntaban sorprendidos sus amigos.

-Esa que está detrás de ustedes -contesta Juan.

Todos la miraron en el mismo instante en que ella se fue alejando de una forma extraña.

-Venga señorita, no se vaya, tenga el honor de acompañarnos.

Ella se alejaba aún más. Juan al verla que desaparecía de su vista salió corriendo detrás para alcanzarla

-Señorita por favor espéreme, hablemos.

Recorrió varias cuadras, varias calles, y aunque aquella mujer no se detenía sólo Juan cuando se percató estaba en frente de varias cruces y tuvo el presentimiento enorme de estar persiguiendo a un alma en pena.

Se regresó, corrió tan fuerte como sus piernas respondieron, llegó casi sin aire en sus pulmones.

-¡Compañeros larguémonos de aquí esa vieja está muerta!

-¡No puede ser Juan la mataste! -dijo uno de ellos.

-¡No, no, no puedo matar a alguien que ya está muerta! La vi con mis propios ojos meterse al cementerio. ¡Esta vieja es un alma en pena!.





UN CUENTO DE MAR

Cierto día, tres barquitos salieron a navegar muy junticos; pero vino una

gran tempestad y los separó. Cada uno tomó rumbos muy distintos.

No se volvieron a encontrar. Entonces, se envejecieron tanto porque

no tenían con quien andar.


EL FERETRO DE DIAMANTE

Su mirada inquisidora se perdía en la inmensurable lejanía, buscando descubrir más allá en el ignoto universo, una respuesta la cual preveía desde muchos años atrás. En su mirada vagabunda se notaba el paso de los años, en su piel la marca ardiente del sol, en sus manos el rozar del azadón y en su débil corazón las huellas de su mísero destino. Era un hombre que había sabido llevar su vida por senderos de amarguras, luchando sin descanso para sobrevivir en este mundo de una u otra manera, sin violar los preceptos de antaño, de acuerdo a una sociedad donde nadie se distinguía de nadie porque tenían las mismas aflicciones, las mismas luchas para combatir el hambre, las mismas formas de morir; pero él decidió cambiar cada acto natural para sentarse en aquella silla de palo forrada en cuero de vaca, desde aquella tarde gris, cuando el médico de turno le dijo:

--Desde ahora no podrás realizar oficios pesados.

Afán Paranada se envolvió en los barrotes de la silla que lo aprisionaba con garras de cómplice, al resguardar su terquedad senil de adelantar lo que únicamente Dios puede hacer.

Nada lo detenía en estas tierras fugitivas de dueños imperdurables. ¿Qué podría hacer? Si lo único por lo cual vivía, era ese amor que fecundó desde niño, ese amor de sembrar el grano y verlo crecer. Verlo crecer con la esperanza férrea de tener en sus encallecidas manos los frutos de sus esfuerzos. Pero hoy sus fuerzas han declinados como el fulgente sol, cuando se oculta dejando la pávida sombra de la noche.

Muchos se prestaron ayudarlo para que olvidara morir deliberadamente. Para esto, la casa de bahareque, la atestaron de los más diversos alimentos, los cuales no hubo espacio para echar un poco más. Hubo quienes intentaron aconsejarlo para que abandonara la abnegada idea. Sin embargo, la única respuesta era el silencio en el cual concebía, de no recibir ayuda de nadie, de morir porque no servía para nada, porque ahora en adelante iba ser un estorbo y él nunca lo había sido, y, “cuando uno no sirve para nada es mejor morir”, por consiguiente se dio el lujo de botarse así mismo, convirtiéndose con el pasar de los días en una especie de muñeco raquítico, lleno de moho por los efectos del sol y el rocío.

En la postrimera de una mañana, la última de las siete que logro vencer, lo hallaron en el suelo como títere de cuerda después de cada función. Lo agarraron sus vecinos y aún conservaba en su acongojado corazón un soplo de vida. De inmediato lo prepararon y condujeron a l hospital Santa Esperanza.

Al declinar la mañana siguiente, cuando el lechero traía la leche, cuando los niños vendedores deambulaban por las calles vociferando “compran yuca, compran bollo, compran pescao” cuando la mayoría de los habitantes de Tierra Adentro caminaban de un lado a otro en busca de mayores expectativa de vida, paso un ataúd suspendido por cuatro hombres. Era un ataúd transparente, conformado por una infinita cantidad de diamantes, cuyo fulgor era de incalculable dimensión. En él se hallaba Afán Paranada, envuelto en un sudario de terciopelo, con el rostro escondido entre escarcha de latón dorado.

La muchedumbre se aglutino frente a la casa donde vivió el difunto.

Algunos lloraron sin saber por qué, mientras otros solo murmuraban lo fantástico del ataúd. El murmullo se acrecentó cuando alguien dijo que dicho ataúd lo había donado el alcalde. El comentario se difundió por todo el pueblo y otros lugares, hasta asomarse en aquellos pacíficos hombres una sonrisa de felicidad porque el devenir comenzaba a clarecer.

Los presentes poco a poco se fueron dispersando hasta sólo quedar unos cuantos vecinos –los más allegados –los cuales despejaron la casa del profuso pábulo almacenado por el afán caritativo de sus coterráneos. Ellos botaban y colocaban cada cosa en su lugar para así tener espacio donde hacer los rezos.

En el ajetreo descubrieron un ataúd confundido entre las telarañas del techo. Era un ataúd sencillo de color marrón, carcomidos por las polillas. Afán Paranada lo compró con miles de abstenciones, cuando su hermana, a quien no halló, falleció en las aguas mansas del río Magdalena.

Los vecinos al tener la presencia de un nuevo ataúd no sabían qué hacer, si dejar el difunto en el de diamante o trasladarlo al de madera.

-Que trucos tiene la vida, cuando uno menos necesita una cosa, más nos sobra –Dijo uno de los presentes.

-Deja de hablar y tomemos una decisión.

-Dejémosle el de diamante para que tan siquiera sepa, después de muerto, que es descansar cómodamente.

El olor a muerto se expandió y el de la vida se esfumó. Una triste tarde aparece modulando en los ventanales descoloridos del tiempo. Las campanas doblan anunciando el desfile fúnebre. Se va, se lo llevan cubierto en terciopelo, en diamante y en latón dorado. El camina en otros senderos, quizás el de la tranquilidad en dimensiones desconocidas.

En la casa sólo queda huellas del respirar quebrajoso, del andar pausado, el de las gruesas lagrimas tiradas en el rincón de los sufrimientos. Se fue y dejó pintada su vida en un ataúd lleno de miseria para quienes aún viven en Tierra Adentro.






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