lunes, 20 de abril de 2015

EL LEGADO DE GARCÍA MÁRQUEZ

Un año después de la muerte de Gabo, las instituciones académicas, las facultades de literatura, el Gobierno colombiano y la mayoría de colombianos que andan mostrando fotos y autógrafos apócrifos, aún todavía no tienen idea y seguramente nunca la tendrán de la dimensión del legado del escritor Gabriel García Márquez, pues a pesar de que estuvo su nombre estampado en el muro de la infamia en los murales de la Aduana norteamericana que le había prohibido la entrada a Estados Unidos desde el año de 1966, cuando públicamente manifestó su adhesión a la Revolución Cubana que había dado al traste con la dictadura de Batista, todos sus archivos, desde la primera hoja de papiro que utilizó para escribir sus primeros sonetos allá en la Zipaquirá de sus recuerdos hasta su última obra inédita, se fueron para siempre al Centro Harry Ransom, de la Universidad de Texas.
No es nuevo que personas naturales y entidades que valoran el pensamiento, cuando hay un rico legado caigan como aves de rapiña para picotear la presa. En los inicios de la Conquista española, desde 1593 cuando llegó la Primera Carta de Colón a la Península Ibérica, Palos de Moguer y Sevilla, fueron centros que acaparaban la atención de intelectuales y de los recientes editores, no para adquirir ñustas o naborías, piraguas o almadías, sino para comprar el conocimiento que llegaba en aquellas crónicas que develaban los misterios de un mundo desconocido y subyugante.
Y con Gabo fue así. Lo irónico de todo esto es que el legado, el pensamiento de Gabito, su obra inédita, lo que nunca publicó que es mucho más interesante que su obra editada, se haya ido a Estados Unidos, cuna del imperialismo, cuyas puertas de entrada solo se le abrieron en 1995, cuando Bill Clinton, después de leer por novena vez Cien Años de Soledad, una noche en que seguramente Hillary lo había echado de su lecho nupcial por su conducta inapropiada, despertó sobresaltado, corrió afanado a la oficina Oval y llamó por teléfono al jefe de Inmigración para que revocara la prohibición que pesaba sobre el nobel colombiano. “Es la mejor obra literaria que he leído”, le dijo Clinton poco después a García Márquez en un almuerzo al que lo había invitado. “Y eso que no ha leído el Quijote”, le respondió el escritor.
El legado del Nobel, que abarca más de seis décadas de pluma inagotable, reviviendo las historias que en su infancia le narraban sus abuelos, el General Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días y su abuela cegatona Tranquilina Iguarán, y las notables y verdaderas influencias que sufrió de escritores y escritoras nunca jamás mencionadas desde el día en que sumergió de cabeza como un ratón en las baldas de la biblioteca del Liceo Nacional de Zipaquirá y leyó y releyó libros de autores clásicos, especialmente los llamados de la Generación Perdida, y estudió con dedicación la historia, consta de cientos de miles de manuscritos originales, pues Gabo, inicialmente, fue un escribano, un amanuense, es decir, no escribía en máquinas, sino a mano.
En ese legado riquísimo, presa apetecido de investigadores y críticos, está el más rico tesoro que novelista alguno haya producido. Está inmersa la magia Caribe, el mundo de Macondo, y en especial el lenguaje, ese lenguaje nuestro, rejuvenecido cada día en las páginas de sus obras, pero especialmente en Cien años de Soledad, en El Amor en los tiempos del cólera y en el discurso sobre “la soledad de América Latina” y quizás lo que no dijo acerca del criminal bloqueo de Estados Unidos a la isla de Cuba y también su posición para no presentar como candidatos al premio nobel de literatura, a escritores colombianos de la talla de Álvaro Mutis o Manuel Zapata Olivella.
El alma de escritor García Márquez surge desde el mismo momento en que llega al Liceo de Zipaquirá y así lo reconoce Alejandro Ramos el rector. Por esas circunstancias de la vida, el rector se suicidó debido a que fue sancionado por el Ministro de Educación Antonio Rocha. En homenaje y honor a la amistad Gabo pronunció el Panegírico en el cementerio Central de Bogotá y habló del difunto como si lo hubiese tratado toda su vida. Otro hecho que marcará la vida del escritor de Aracataca, es el discurso que pronunció desde el balcón de la Alcaldía de Zipaquirá el día en que se supo que las fuerzas alemanas se habían rendido y la segunda guerra mundial había terminado. Esa vez el discurso fue tan emocionante y aplomado que hubo una ovación por más de un minuto. Es Zipaquirá la plataforma de lanzamiento del futuro nobel de las letras colombianas. Una de sus últimas apariciones fue el día en que le tocó dar la bienvenida al presidente Alberto Lleras Camargo en 1945, cuando llegó a visitar a la Institución.
Y quizás lo mejor de todas esas intervenciones que han quedado para recuerdo de la memoria, fue la del discurso de despedida de los 20 bachilleres, en donde menciona a cada uno de los graduandos, dándole atributo y calificativo de acuerdo con su personalidad.
Para esos días Gabo era un gran sonetista y andaba de farra con otros grandes poetas como eran Jorge Rojas, Eduardo Carranza, y Carlos Martín, quien siendo rector lo invitaba a las tertulias. Pero quizás uno de los más ricos legados que deja a la humanidad, pues estos hacen parte la Patrimonio Mundial, son sus 38 cuentos distribuidos en cuatro libros: Ojos de perro azul 11, Los funerales de la Mamá Grande 8, La Cándida Eréndira 7, y Los 12 Cuentos Peregrinos.
Sus novelas catalogadas como menores: La hojarasca, La mala hora, El Coronel no tiene quien le escriba y Memoria de mis putas tristes. Sus novelas mayores, en cuyo grupo se encuentran: Cien Años de Soledad, El Otoño del Patriarca, El Amor en los Tiempos del Cólera, Crónica de una Muerte anunciada y el General en su Laberinto. Y “Noticia de un secuestro” su obra periodística.
Aunque a Gabo no le gustaba que rastrearan sus trabajos pues, según él mismo lo dijo a la Revista Playboy “es como si a uno lo pillaran en ropa interior”, ha llegado la hora de que se estudie la obra de Gabriel García Márquez, no desde la óptica de la anécdota, sino desde el punto de vista de la academia: es decir, de lo que aporta su obra, partiendo de los paradigmas y modelos que hay en cada una de sus páginas. Ese sería el verdadero homenaje, llevarlo al aula como la Cátedra García Márquez, y en este sentido les corresponde a las autoridades académicas valorar si conviene o no conviene que su obra literaria sea analizada y estudiada.
Es ahora cuando realmente Colombia debe demostrar que la admiración por su nobel no es otro de esos momentos macondianos que se viven cada año, cuando llega una efeméride. Pues, aunque sus archivos, su rico legado y hasta sus huellas se encuentren en el país que durante 30 años le cerró las puertas, acá en Colombia aún conviven con nosotros Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán, Juvenal Urbino y Fermina Daza, Ángela Vicario y Bayardo San Román, el General dictador y Letizia Nazareno, Eréndira y su abuela desalmada, Nena Daconte y Billy Sánchez De Ávila, la viuda de Montiel y en especial Melquiades, el gitano de barba montaraz y manos de gorrión y todos los personajes creados por el hijo de Gabriel Eligio y Luisa Santiaga, que no pudieron ser encerrados para estudios exclusivos en el Centro Harry Ransom, de la Universidad de Texas.
Cartagena de Indias, 17 de abril de 2015.

1 comentario:

  1. totalmente de acuerdo. yo como mexicano me siento orgulloso de la gran influencia que representó Juan Rulfo para que Marquez escribiera Cien años de soledad. He leido el Quijote. pero para mi cien años de soloedad es la obra mas grande jamas escrita. Saludos hermanos colombianos.

    ResponderEliminar